Luego de casi veinte formas distintas de cuestionamiento encubierto, arrastrando consigo terremotos y maremotos internos, lo descubro en mi pieza un momento fútil cualquiera. Ni un instante revelador. Nadie me llama del primer piso, el teléfono no suena, ningún perro ladra, la noche no es más oscura, mi mente no tiene nuevas ideas, ni me siento diferente; menos aparece un fantasma o experimento una teletransportación. Simplemente se incorpora paulatina entre el insomnio y el sueño posterior. Entonces, al otro día comprendo, pero aún no lo sé. Para que después vaya en la micro y un hombre mal disfrazado de anciano le diga a todos los pasajeros “si pudiera retroceder el tiempo, cometería más errores”. Es exactamente lo que tanto buscaba. Un joven actor, quizá cesante, llega a verbalizar la verdad que yo siento: ya no hay nada que temer, cada día seré más imperfecta.
La vida se ríe en nuestra cara, y yo también.
Tuesday, March 27, 2007
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